
Inalcanzable aristocracia de las devotas del Señor Cautivo que le visitan cada día para hablar con Él, le besan las manos el primer viernes de marzo, se arrodillan ante Él como si se derrumbaran ante su mansa majestad y le siguen el Lunes Santo dando a toda Sevilla un ejemplo de devoción y fidelidad que edifica y conmueve a cuantos lo ven. Inalcanzable aristocracia la suya; porque un título nobiliario lo puede conceder un rey, pero éste sólo lo otorga la vida.
Sólo ellas pueden arrodillarse así, con tanta naturalidad, ante el Señor Cautivo; sin que el gesto parezca retórico o desmesurado. Sólo ellas saben andar tras el Señor Cautivo, el Lunes Santo, como anduvieron las mujeres de Jerusalén -únicas que le fueron fieles hasta el final- del Pretorio al Calvario. Los demás carecemos de esos títulos de fidelidad y devoción que sólo la vida otorga.
Entre ellas siento lo mismo que cuando guardo la cola en los besamanos del Señor del Gran Poder y de la Esperanza; y veo a quienes le llaman "pare mío" de una forma que en mi boca sonaría a forzado populismo o impostura; o a quienes le llaman Esperanza -así, sólo por su nombre, sin el apellido que le dio su barrio- de una forma que sólo puede aprenderse viviendo, siendo de allí por arraigo en su misma tierra macarena o siendo de Ella por arraigo en su mismo dolor. Sucede con esto algo parecido al privilegio que tuvo el Señor para llamar al Padre "abba" (papaíto) sin que pareciera afectado o hasta cursi. Nosotros, que no tenemos esa intimidad total con Dios, sólo le podemos llamar Padre. Así es la aristocracia de devoción y vida que permite a los devotos arrodillarse, con tanta sincera naturalidad, ante el Cautivo.